Gracias a mi amiga Laura, que tiene muy buenas conexiones en la ciudad, hoy he podido disfrutar de una sesión de lucha libre mexicana. Ya sabéis: la de las grotescas máscaras con lentejuelas, presentador dicharachero y épico, micro en mano y luchadores saltando en plancha desde la esquina del ring.
En el pasado he tenido un leve contacto con este mundillo, y he aprendido que no importa si se pegan de verdad o no. Es un espectáculo y se trata de soltar adrenalina desgañitándonte, comiendo nachos, mirando a las gogós que sostienen los carteles, flipando y riéndote con las presentaciones de los luchadores. Y doy fe que lo he hecho, además en unos asientos muy bien situados. La pena es que, al emitirlo Televisa, no he podido entrar la cámara de vídeo. Por suerte, he colado la de fotos y he hecho pequeños clips, que ya veremos si sirven.
La lucha se celebra entre dos bandos. Unos son los llamados «Técnicos», que juegan limpiamente, siguiendo las reglas, y los otros son los «Rudos», que no las respetan y su técnica de lucha es sucia y marrullera. Las luchas pueden ser uno contra uno o entre varios luchadores. Hay varias modalidades, y en una de ellas, al perdedor se le corta la cabellera como trofeo. En otra de las peleas, a un luchador le arrancaron la máscara, una humillación absoluta. Incluso vapulearon a un enanito disfrazado de mono, que pese a la dudosa corrección política, pues qué os voy a decir… ¡estuvo padrísimo! En fin, los mexicanos se entregan con pasión a este espectáculo y hacen de él su otra religión, en el que alguna que otra hostia real también vuela (perdonad el chiste fácil).
Un comentario para “La otra religión”
Está claro que no todo va a ser visitar museos, jeje.
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